wrholt
October 10, 2012, 04:11 PM
Esta historia la he contado muchas veces aunque siempre la he contado en inglés. Explica un poco por qué me gusta tanto estudiar los idiomas.
Entre 1983 y 1987 era un ayudante administrativo en la facultad de mi universidad que ofrece clases de inglés como segundo idioma. En enero de 1985 se inscribieron unos 277 jóvenes libaneses que habían recibido becas de la Fundación Rafic B. Hariri para continuar sus estudios pos-secundarios fuera del Líbano.
Los libaneses y los otros 300 y tantos estudiantes de otros países llegaron durante la semana antes del inicio del curso de 12 semanas, y el viernes hicieron el examen de evaluación para medir su nivel. Durante el fin de semana las coordinadoras utilizaron los resultados del examen para colocar los estudiantes en las clases antes de darme los grupos de tarjetas para preparar las listas de clase.
El lunes a las 9 de la mañana había la gran reunión en uno de los auditorios: estaban los casi 600 estudiantes, los gerentes y ayudantes, y los profesores de las clases. Uno tras otro se presentó el profesor de una clase, se anunció los nombres de los estudiantes de la clase, y el profesor salió con sus estudiantes para ir a una sala de clase y empezar las lecciones. Al terminar la reunión, los gerentes y ayudantes regresamos a la oficina.
Unos minutos después de llegar a la oficina entró una joven libanesa. Mi jefa y yo sabíamos que era una de los nuevos estudiantes, pero cuando tratamos de hablar con ella para averiguar qué necesitaba, no podía comunicarse. Le invitamas a señas a sentarse mientras buscamos una manera de comunicar lo que necesitaba, pero sin mucho éxito; se veía muy triste y muy frustrada.
Después de no más de 5 minutos entro otra joven libanesa. La nueva señorita podía hablar inglés un poco, y nos ayudó a hablar con su paisana, y por fin la pobrecita pudo decirnos que se había desviado durante el camino a la sala de clase y que no sabía donde estaba su clase. Nos dio su nombre, verifiqué a cuál clase pertenecía y en cuál sala de clase se reunía, y la acompañé a buscar su clase. Al entrar en la sala, la señorita y la profesora se reconocieron con sonrisas, y la profesora la invitó a sentarse.
Un día de la próxima semana me sentaba en la recepción de la oficina cuando la misma señorita entró. La miré, le sonreí, y le dije --Good morning, Zeina. How are you?
Zeina me sonrió y me contesto --I'm fine, thank you. How are you?
Y le conteste --I'm fine, thank you.
Nos sonreímos otra vez, y se pasó para buscar su profesora.
Esta sí que es la mejor conversación de mi vida.
Y me pregunto ¿cuál es la mejor conversación de tu vida?
Entre 1983 y 1987 era un ayudante administrativo en la facultad de mi universidad que ofrece clases de inglés como segundo idioma. En enero de 1985 se inscribieron unos 277 jóvenes libaneses que habían recibido becas de la Fundación Rafic B. Hariri para continuar sus estudios pos-secundarios fuera del Líbano.
Los libaneses y los otros 300 y tantos estudiantes de otros países llegaron durante la semana antes del inicio del curso de 12 semanas, y el viernes hicieron el examen de evaluación para medir su nivel. Durante el fin de semana las coordinadoras utilizaron los resultados del examen para colocar los estudiantes en las clases antes de darme los grupos de tarjetas para preparar las listas de clase.
El lunes a las 9 de la mañana había la gran reunión en uno de los auditorios: estaban los casi 600 estudiantes, los gerentes y ayudantes, y los profesores de las clases. Uno tras otro se presentó el profesor de una clase, se anunció los nombres de los estudiantes de la clase, y el profesor salió con sus estudiantes para ir a una sala de clase y empezar las lecciones. Al terminar la reunión, los gerentes y ayudantes regresamos a la oficina.
Unos minutos después de llegar a la oficina entró una joven libanesa. Mi jefa y yo sabíamos que era una de los nuevos estudiantes, pero cuando tratamos de hablar con ella para averiguar qué necesitaba, no podía comunicarse. Le invitamas a señas a sentarse mientras buscamos una manera de comunicar lo que necesitaba, pero sin mucho éxito; se veía muy triste y muy frustrada.
Después de no más de 5 minutos entro otra joven libanesa. La nueva señorita podía hablar inglés un poco, y nos ayudó a hablar con su paisana, y por fin la pobrecita pudo decirnos que se había desviado durante el camino a la sala de clase y que no sabía donde estaba su clase. Nos dio su nombre, verifiqué a cuál clase pertenecía y en cuál sala de clase se reunía, y la acompañé a buscar su clase. Al entrar en la sala, la señorita y la profesora se reconocieron con sonrisas, y la profesora la invitó a sentarse.
Un día de la próxima semana me sentaba en la recepción de la oficina cuando la misma señorita entró. La miré, le sonreí, y le dije --Good morning, Zeina. How are you?
Zeina me sonrió y me contesto --I'm fine, thank you. How are you?
Y le conteste --I'm fine, thank you.
Nos sonreímos otra vez, y se pasó para buscar su profesora.
Esta sí que es la mejor conversación de mi vida.
Y me pregunto ¿cuál es la mejor conversación de tu vida?